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martes, 8 de julio de 2014

México, La pesadilla de las fosas clandestinas: Los NN (cuerpos sin nombre) víctimas del narcotráfico

Horror. Un trabajador excava en uno de los cementerios clandestinos en Tres Valles, con decenas de cadáveres, el saldo oculto de la guerra narco.
Un trabajador excava en uno de los cementerios clandestinos en Tres Valles.

Doña Elvira blande la imagen de sus hijos frente al agujero recién abierto. Llora, reza, exige … quiere ver los huesos descompuestos que van saliendo de la tierra.
Acababa de enterarse de que ahí en Tres Valles, en su propio pueblo, el ejército encontró una fosa con más de 30 cadáveres. La fosa clandestina fue localizada en el rancho El Diamante, en los límites entre Tres Valles y Cosamaloapan. Nadie se imaginaba que debajo de los frondosos árboles, a un lado del arroyo que corre por las tierras del rancho, se escondía la muerte, el sufrimiento, la vergüenza y el horror, que sólo se esconde con tierra de por medio.
Hace calor en la cuenca del Papaloapan, al sur de Veracruz, y la escena es dantesca. Los forenses no son suficientes y toda la policía municipal ha dejado a un lado las armas y está metida en el hoyo sacando cuerpos. Huesos, manos y pies por un lado y cabezas por otro. Primero un cuerpo, luego seis, doce, 19, 25, 31 … y así hasta que los funcionarios reciben la orden de parar de contar, sin una cifra precisa.
"Había manos, pies, trozos de cuerpo y al menos nueve personas decapitadas distribuidas en 13 pequeñas fosas que llevaban entre cinco días y cuatro meses", comentaba para el periódico argentino Clarín, uno de los policías que se metió en el agujero a sacar huesos. "Tengo aún el olor pegado al cuerpo no me lo quito", añadió para el mencionado diario.
Ese 18 de junio la noticia de la aparición de un cementerio clandestino estremeció al país y corrió por las redes sociales mientras el gobierno de Veracruz minimizaba el hallazgo, reduciéndolo a siete cuerpos. Sin embargo la cifra se multiplicó considerablemente. Eran 24 hombres y 7 mujeres. La mayoría de ellos estaban calcinados, y 11 de los cuerpos estaban desmembrados.
El descubrimiento de las fosas se le iba de las manos a las autoridades locales. Más allá de las redes sociales la noticia empezó a correr entre decenas de mujeres que se presentaron frente al macabro agujero. Una de ellas, Elvira Gómez de 48 años, le dijo al diario Clarín, tocándose el corazón, "Cada vez que aparece una fosa me vengo abajo. Es un golpe aquí dentro".
"Quiero que aparezcan mis hijos porque ya no puedo vivir así más tiempo, pero por otro lado rezo para que no estén ahí", añade Elvira.
"La gente que encuentra a su hijo tiene donde llorar y donde poner flores pero yo no tengo donde ir. Soy un alma en pena que vaga por estaciones, por cárceles, por morgues o por fosas intentando tener noticias", explica llorando después de nueve meses buscando a Juan y Rodrigo, dos chicos de 18 y 21 años a quien la policía estatal de Veracruz bajó de un autobús cuando iban rumbo a Córdoba. Desde aquel día de septiembre no ha vuelto a saber de ellos se lamenta esta mujer de tez morena, sentada en la sala de una casa con techo de lámina, paredes de madera y tres gallinas correteando por el miserable patio donde se reúne con las vecinas. En la sala donde habla hay una cafetera y, hasta hace unos días, donde ahora hay un calendario, había una televisión.
Cuando se enteró que habían llevado los huesos a la morgue de Cosamaloapan, el pueblo más cercano, vendió los electrodomésticos para pagar el pasaje y se presentó en el forense donde se encontró con más madres desesperadas, algunas de las cuales recorren el país de agujero en agujero. Después de varias horas, cansadas de esperar, empujaron al vigilante, apartaron la puerta y ellas mismas, con el rostro cubierto con la camiseta por el olor, abrieron las bolsas negras para comprobar si en alguna de ellas estaban sus hijos o sólo había un montón de huesos putrefactos.
"Empecé a abrir bolsas y olía fatal pero no podía quedarme parada" explica Elvira. Para decir a continuación, "Allí me di cuenta que no era yo sola sino que éramos decenas y decenas de madres desesperadas buscando a nuestros hijos".
Estamos en la cuenca del Papaloapan, una selvática región del sur de Veracruz en la frontera con el estado de Oaxaca y aquí la belleza más absoluta se mezcla con lo más podrido. Literal.
Los buitres que sobrevolaban el paraje de Tres Valles ayudaron a la policía a localizar la inmensa fosa que contenía en su interior los cuerpos desmembrados y torturados con bates de béisbol. Fue el macabro indicativo para los forenses que buscaban el hoyo. Fue también la última evidencia de que las matanzas, a pesar de los intentos del presidente Enrique Peña Nieto por borrarlas de la prensa, siguen ejecutándose con sordina.
Fotografía de EFE.
En los últimos 3 años se han hallado en México, según cifras del ejército, 246 fosas como esta con 534 cadáveres.
Unas veces porque son ejecutados por el narco, otras porque no pagan la cuota al cartel de los Zetas, otra por error y otras más a manos de los policías que trabajan para los carteles secuestrando o extorsionando … el caso es que el gobierno de Peña Nieto admitió la existencia de casi 19.000 desaparecidos, una cifra jamás dada antes en México y que sorprendió si se compara con los 25.000 desaparecidos en Colombia tras más de medio siglo de guerra.
El jueves de la semana pasada apareció una nueva fosa en Cosamaloapan con ocho cadáveres dentro.
Hasta esa mañana de junio las madres veracruzanas eran mujeres invisibles que lloraban en soledad pero aquel día la aparición de más de 30 cadáveres hizo que dejaran sus casas de cartón en busca de sus hijos. Ahora ya saben que tampoco están ahí sus hijos y que debe seguir buscando. No así Doña Berta, una señora de 68 años, a quien entregaron los restos de 5 miembros de su familia secuestrados unos días antes y que reza a pocos metros de aquí.
Tres Valles era un olvidado pueblo de 3.000 habitantes al que no le faltaba de nada; una plaza con reloj, indígenas, cortadores de caña, trenes abandonados y puestos callejeros de tacos. En resumen un pueblo que jamás saldría en las noticias hasta ese 18 de junio cuando se hizo conocido como el pueblo de las fosas, y al que llegaron mujeres desde localidades cercanas. Eran esposas, madres, tías, abuelas o parejas de personas desaparecidas. Familiares de Cosamaloapan y los municipios vecinos que conforman una herida mal curada que emana pus. Están desesperadas.
"A veces uno quisiera encontrarla ya y descansar. Que le digan a uno ya si está muerta o qué", dice una de las mujeres que llegó a Tres Valles, y cuya hija, Wendy Cruz, está desaparecida desde mayo.
Una persona, cuya identidad se protege bajo el anonimato y que estuvo en el lugar, le comentó al periódico digital de México,
SinEmbargo que los miembros de la pericia enviados a la zona no daban abasto. Después de horas de cavar y de extraer carne podrida, el cansancio era devastador. Se tuvo que echar mano de los elementos de la AVI, quienes tuvieron que hacer a un lado su arma y coger la cuerda cuando había que sacar un muerto. "El cuerpo se exhuma amarrado. Era complicado porque unos no traían manos o pies, a veces debemos ayudar", le decía al diario digital.

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