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lunes, 27 de enero de 2014

Egipto, La península del Sinaí sinónimo de torturas y muertes

Unas 30.000 personas han sido objeto de tráfico ilegal en Sinaí, dice un estudio
Unas 30.000 personas han sido objeto de tráfico ilegal en Sinaí, dice un estudio.
Impulsados por el deseo de huir del hambre, la pobreza, la guerra, los desastres naturales, la violencia o la persecución, con una carga de sueños a ser cumplidos, y siempre con la mente puesta en una vida mejor, miles de personas inician cada día una travesía hacia un futuro, hacia un sueño, esa vida mejor, pero la mayoría de esos sueños terminan sin llegar a esa meta casi inalcanzable, e incluso, antes de emprender la travesía.  Muchos se quedan, literalmente, en el camino. La debilidad, la falta de recursos y la sed, como hemos visto recientemente, se encargan de poner fin a sus sueños de libertad. Otras veces, estos deseos se ahogan en las aguas de unos mares que engullen unas destartaladas embarcaciones sobrecargadas de mercancía humana. Y otros, los que consiguen llegar a su destino, se dan de bruces con barreras infranqueables y muros donde lamentar su mala suerte. La mayoría, tarde o temprano, vuelve a intentarlo, porque el deseo de vivir mejor es más fuerte que la propia vida.
En septiembre de 2010, comenzaron a conocerse las atrocidades cometidas en el Sinaí por las mafias beduinas.  

Inmigrantes africanos se manifiestan en Tel Aviv por los derechos humanos.| Jim Hollander
Inmigrantes africanos se manifiestan en Tel Aviv por los derechos humanos.| Jim Hollander
La península del Sinaí es un territorio de resonancias bíblicas. Considerado santo para las tres grandes religiones monoteístas, allí fue donde Moisés recibió de Dios la tabla de los Diez Mandamientos. Sin embargo, para miles de refugiados e inmigrantes del Cuerno de África, el Sinaí es sinónimo de un infierno de torturas, mutilaciones y, en muchos casos, muerte. Según un reciente estudio de la Universidad holandesa de Tilburgo, en los últimos cuatro años, entre 25.000 y 30.000 personas han sido víctimas de las mafias que trafican con personas en el Sinaí. De ellas, entre 5.000 y 10.000 han muerto. Una de las crisis humanas "más ignoradas" del mundo, dice la ONU.
Los refugiados africanos que se dirigen a buscar asilo en Israel a través del desierto de Sinaí sufren torturas, abusos y violaciones a manos de grupos de beduinos egipcios que trafican con inmigrantes, según lleva años denunciando la organización "Físicos por los Derechos Humanos" de Israel.
Tras realizar cuestionarios en las clínicas de Tel Aviv que tratan a refugiados que consiguen llegar vía Egipto, la organización concluye que grupos de beduinos encargados de su transporte ilegal a lo largo de la península del Sinaí los someten a varios tipos de abusos como malos tratos o falta de comida y agua.
Al llegar a la frontera algunos son amenazados de muerte por agentes de policía egipcios y los que consiguen pasar son en ocasiones detenidos durante días, semanas, meses e incluso años en centros israelíes. Otros son objeto de la política de "difícil retorno" por la que se les devuelve a Egipto en pocas horas o cinco días después de cruzar la frontera.
Territorio desértico y remoto, el Estado egipcio posee un tenue control sobre el Sinaí, que se ha convertido estos últimos años en una base de operaciones para grupos yihadistas, y también para mafias diversas que trafican con órganos, personas, drogas y armas. Estos grupos descubrieron una cruel forma para multiplicar sus ganancias: comprar refugiados etíopes o eritreos "cazados" por la mafia sudanesa de los rashaida y torturarlos brutalmente para forzar a sus familiares a pagar un rescate.
La red de traficantes del Sinaí comenzó a operar en el año 2009. La tribu de los Rashaida, que habita la región sur de Sudán y Eritrea, son el primer eslabón de un complejo entramado que actúa a nivel internacional. Normalmente secuestran a grupos de Eritrea, Sudán o Etiopía mientras buscan refugio en los países vecinos o cuando intentan cruzar hacia Israel.
Desierto del Sinaí. Ruta de los sueños rotos
El diario El País, cuenta la historia de una de las personas que sufrió la pesadilla de ser capturado. Benyamín (nombre ficticio), un adolescente etíope que pudo escapar milagrosamente de su mazmorra, es uno de ellos. La historia de este chico enjuto y de mirada huidiza es especialmente dramática por ser menor de edad, y porque su pesadilla empezó ya en su propio país. A los 15 años fue arrestado y torturado para que delatara a los camaradas de su padre, asesinado por su condición de opositor al régimen. En una sesión de palizas perdió el conocimiento y se despertó en un hospital. Huyó por la ventana del baño y se encaminó hacia Sudán.
Después de cruzar la frontera con el país árabe, un hombre se ofreció a llevarlo al campamento de refugiados de Shagarab. Era un policía que, sin embargo, lo entregó a un grupo de hombres armados, que lo encadenaron de pies y manos y lo encerraron en un recinto con tres docenas de captivos originarios de Eritrea y Etiopía. "En muchas ocasiones son los propios policías y militares sudaneses quienes secuestran y venden a los refugiados. En el tráfico también están implicados eritreos y etíopes. De hecho, algunas abducciones se han producido ya en Etiopía", explica Stefanie Ruehl, una investigadora alemana residente en Egipto que colaboró con el estudio de la Universidad de Tilburgo, publicado en diciembre.
Tras algunos días de cautiverio, los llevaron en camionetas por el desierto hasta llegar a un barco. Surcaban el Nilo. "El viaje duró varios días. No nos dieron agua y solo algún mendrugo de pan. Teníamos tanta sed que bebíamos la orina que goteaba del piso de arriba, donde habían puesto a las mujeres del grupo, a las que violaban", evoca el chico.
Según el estudio, los encargados de transportar los secuestrados al Sinaí pertenecen a la temida tribu de los Rashaida, un clan mafioso que controla el tráfico de armas, drogas y personas en Sudán.
Una vez en el Sinaí, los separaron por nacionalidades y los metieron en dos grandes habitaciones cubiertas por un techo uralita. Entonces empezó la peor etapa del calvario. "Nos dijeron que nuestras familias les debían abonar 24.000 euros a cambio de la liberación. Si no pagaban, nos sacarían los órganos y los venderían. Estaba aterrorizado", explica Benyamín con una voz temblorosa, apenas audible. En los casos de personas con familiares emigrados a Occidente, el rescate puede ascender hasta los 40.000 euros.
Los traficantes les dejaban teléfonos móviles para que contactaran con sus respectivas familias y amigos. A menudo las llamadas se producen en plena sesión de tortura, y así aumentan la presión a las familias. Con su madre en la cárcel, o quizá también muerta, Benyamín llamó a su tía, pero no contestó. No tenía a nadie que le pudiera ayudar. "En la mayoría de casos se trata de familias muy pobres. No les queda más remedio que vender sus tierras, hacer recolectas en sus aldeas o recurrir a las iglesias. Pocas veces pueden reunir el dinero. Y cuando lo hacen, es habitual que los secuestradores les pidan una suma adicional", asevera Ruehl.
"Lo peor eran las palizas. Prefería las descargas eléctricas. Las toleraba mejor", apunta. Las sesiones de tortura eran diarias, y los perpetradores, cinco o seis. Al menos uno era etíope o eritreo y hacía de traductor. El resto, probablemente, beduinos de la zona. El catálogo de torturas de los traficantes da fe del inaudito grado de sadismo al que puede llegar el ser humano. Según el informe citado anteriormente, las torturas incluyen mutilaciones, quemaduras provocadas por plástico fundido sobre la piel, palizas mientras las víctimas están colgadas del techo y humillaciones sexuales como forzarlas a violarse entre ellas.
Otra de maltrato era la privación de comida, agua o cualquier tratamiento médico. "En la habitación había un bidón donde nos hacían orinar. Luego nos forzaban a beber el orín. Era tan asqueroso que el estómago no podría retenerlo y vomitaba. Entonces me obligaban a comer el vómito. Una vez también me obligaron a lamer la sangre de un cadáver", rememora el traumatizado adolescente.
Las torturas psicológicas también son extremadamente crueles. Por ejemplo, tirar los cuerpos de los confinados que han muerto a los perros, que los descuartizan frente a sus compañeros de penurias. En el caso de Benyamín utilizaron su profunda devoción religiosa: "Al ver que llevaba un collar con la cruz, me ordenaron que quemara una Biblia. Al principio me negué, pero las palizas eran tan duras que lo acabé haciendo". Cree que sus periódicas plegarias le dieron la fuerza suficiente para poder sobrevivir a un calvario que terminó de forma milagrosa.
"Al despertarnos el día 46 de cautiverio, vimos que no había ningún traficante vigilándonos. Nos vieron tan débiles que se confiaron. La puerta estaba abierta, y el manojo de llaves, en el suelo. Uno pudo cogerlo, y cada uno fue abriendo el candado de sus cadenas", narra el chico. Salieron del recinto y caminaron media hora, hasta encontrar una camioneta conducida por un barbudo. El jeque Mohamed les llevó a su mezquita, les proporcionó comida y primeros auxilios médicos. Unos días después, gracias a ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, ya tenían la tarjeta amarilla que les acreditaba oficialmente como refugiados.
Antes de que Israel edificara un muro en su frontera con Egipto, muchas víctimas conseguían cruzar al Estado hebreo. Ahora son arrestadas por las autoridades egipcias y deportadas a sus países de origen, o bien se quedan en El Cairo viviendo como refugiados. Actualmente, Benyamín comparte piso con otras víctimas. Vive gracias a las 400 libras mensuales (unos 50 euros) que le concede Cáritas. Sin embargo, su pesadilla aún no ha terminado. "Los traficantes nos llaman al móvil y nos acosan. Alguien de la comunidad eritrea se ha chivado sobre nuestro paradero. Nos vinieron a buscar al apartamento, por lo que tenemos que ir cambiando de vivienda", cuenta apesadumbrado.
"La policía egipcia no ha hecho nada para acabar con este problema a pesar de que tenemos identificados a los culpables. No sabemos si no es una prioridad o están untados por la mafia", denuncia Ruehl. Se estima que el lucrativo negocio del tráfico de personas en la región ascendió a unos 450 millones de euros entre 2009 y 2013.
"En la actual campaña antiterrorista en el Sinaí, el Ejército ha destruido algunas de las casas de torturas, pero no ha detenido a ninguno de los responsables", asegura Ahmed Abu Draa, un conocido periodista egipcio con base en la península que ha escrito varios reportajes sobre el tema.
Sin familia ni un país al que poder regresar, Benyamín no es capaz de imaginar un futuro mejor. Su única demanda es simple: "Solo quiero poder vivir sin miedo".
Abo Bakr Moh Ali (3)Una investigación reveló que al menos 30.000 eritreos han sido secuestrados y torturados en el desierto del Sinaí en los últimos cuatro años, según publica la BBC.
La investigación fue realizada por académicos y activistas de los derechos humanos de Suecia y Holanda.
El estudio también reveló que al menos seis millones de dólares han sido pagados por los familiares en concepto de rescate y que muchos eran obligados a telefonear a sus familiares mientras eran torturados.
Naciones Unidas estima que miles de eritreos huyen de su país cada mes e intentan cruzar el desierto del Sinaí para entrar a Israel, pero caen víctimas de traficantes de personas.
La investigación encontró que entre los secuestrados hay niños con edades entre uno y tres años.
Las víctimas soportan abominables torturas, que incluyen cada vez más a mujeres y niños torturados y violados. Repetidamente electrocutan a los rehenes, los cuelgan cabeza abajo, los golpean con barras de hierro y los queman con goteo de plástico. Torturan a las mujeres embarazadas y en las entrevistas incluso se han podido comprobar golpes infligidos a un bebé de un año. A los miembros de las familias de los rehenes les hacen elegir a quién sobrevivirá si no se recauda el rescate necesario para liberarlos a todos. Muchos prisioneros mueren en cautiverio debido a la crueldad.
Algunos aseguran que los secuestrados podían llamar a quien quisieran para que suplicaran a sus familiares que recabaran la cantidad de dinero que exigían los secuestradores.
El Parlamento Europeo dictó una resolución, el pasado año, desde la que se alentaba "A Egipto, Israel y la comunidad internacional a continuar y a intensificar su lucha contra el contrabando y el tráfico de seres humanos en el Sinaí".
"Hemos oído que hay fosas comunes de cientos de personas", aseguraba Shahar Shoham, quien encabezaba la investigación de los campos de tortura para Physicians for Human Rights (PHR), al diario británico The Guardian. Algunos supervivientes relataron a la organización humanitaria, que a veces les torturaban delante de niños pequeños a quienes se alentaba a mofarse de la situación en la que se encontraban los torturados.




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